Por Samia Nakhoul
7 dic (Reuters) - Gente tan hambrienta que irrumpe en los almacenes de la ONU para llevarse lo que encuentran, niños aterrorizados por el ruido de los ataques aéreos, familias que utilizan el agua del mar para lavarse y hombres que talan árboles de los cementerios para hornear pan.
Por la mañana, los días en que funcionan los teléfonos, llamadas a parientes y amigos para comprobar si han sobrevivido a otra noche de la guerra en Gaza entre Israel y Hamás, que dura ya dos meses.
Ibrahim, escritor de 50 años que dijo no querer llamar la atención dando su nombre completo, afirmó que el derramamiento de sangre diario, las horripilantes escenas en los hospitales y las penurias de los desplazados que duermen a la intemperie o en tiendas de campaña son solo la cara más visible de una calamidad humanitaria que todos sienten en Gaza.
"Más de una vez, los desplazados se enrabiaron y a veces asaltaron los almacenes de la UNRWA (agencia de Nacones Unidas) porque el hambre no es menos mortal que los bombardeos", dijo a Reuters en una entrevista telefónica.
"Esta tragedia no es visible para el mundo. Las escenas de cadáveres, partes de cuerpos, sangre y bombardeos son visibles, pero esta crisis está causando rabia entre los gazatíes", afirmó.
Ibrahim conversó un día después de que el jefe de derechos humanos de la ONU, Volker Turk, describió las condiciones en Gaza como "apocalípticas".
Padre de cinco hijos, Ibrahim es uno de los cientos de miles de personas que han huido de sus hogares en el norte de Gaza para refugiarse con sus familias en la zona sur, ahora también escenario de intensos combates entre Israel y Hamás.
"La presión israelí no es solo la de los bombardeos", afirmó.
Desde que el 1 de diciembre finalizó una tregua de una semana, el flujo de camiones de ayuda desde Egipto hacia Gaza se ha reducido a un goteo que solo alcanza el extremo sur de la franja.
La Oficina de Ayuda Humanitaria de la ONU (OCHA) dijo el jueves que, durante cuatro días consecutivos, Rafah, en la frontera con Egipto, fue la única provincia de Gaza en la que hubo una distribución limitada de ayuda.
Eso significa estanterías vacías en las tiendas, precios astronómicos por los pocos productos disponibles y la vuelta al trueque.
CEMENTERIOS
"Quemamos carbón y horneamos con él para alimentar a nuestros hijos. La comida es muy limitada", explica Ibrahim.
"Faltan los productos básicos. No hay leche para los niños. Compramos lo que hay en el mercado", dijo, añadiendo que un saco de harina había pasado de unos 40 séqueles (10,8 dólares) antes de la guerra a 500 séqueles ahora.
Durante la tregua habían aparecido en las tiendas algunos productos enlatados, que habían llegado en camiones, pero que ahora se han agotado, agregó.
"Algunas personas hacen trueque. Venden las conservas para comprar otros productos, como arroz o lentejas, si los encuentran".
Por la noche, el ruido de los bombardeos, que describió como un volcán en erupción sobre la casa, mantenía a todos despiertos. Las tareas de la mañana incluían llamar a la gente para ver si estaban vivos y cortar leña de los árboles.
"Nuestros cementerios en Gaza, por ejemplo, siempre tienen árboles. La gente del vecindario iba y empezaba a serrar los árboles, a cortarlos, a usar la madera para calentarse y cocinar".
También forma parte de la rutina de supervivencia de la familia: ir a buscar agua al mar aproximadamente una vez a la semana, para poder lavarse.
Ibrahim dijo que cualquiera que conociera Gaza antes de la guerra no la reconocería, pues parecía como si hubiera sido sacudida por un gran terremoto.
Dijo que había vivido la primera Intifada, o levantamiento palestino, que comenzó en Gaza en 1987, y la segunda, que comenzó en 2000, así como una serie de guerras entre Israel y Hamás, pero que ninguna de ellas había sido como ésta. "La gente se quedó en sus casas. Hubo escasez de agua y de otras cosas, pero nada como ahora".
"Ahora hay desplazamientos, matanzas, hambre y asedio. La gente ve a sus hijos enterrados bajo los escombros. Estamos soportando todo esto a la vez".
(1 dólar = 3,7006 séqueles)
(Reporte adicional de Gabrielle Tetrault-Farber en Ginebra; Escrito por Estelle Shirbon, Editado en Español por Javier López de Lérida)