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El euro irreversible derrota a un Brexit reversible

Publicado 10.11.2017, 09:51

(Alejandro de Luís es el editor de la revista Hispatrading, a la cual pertenece este artículo)

Por Manuel Moreno Capa

“El euro es irreversible”. Pongo la frase entre comillas porque no es mía, sino de Thomas Wieser, el economista que preside a los “sherpas” de los ministros de Finanzas de la eurozona. Lo que sí parece cada vez más reversible es el Brexit. Los británicos ya lo llaman Regretxit. Con este lamentarse o arrepentirse (“regret”) que han fundido con el término maldito, una de las principales amenazas contra la moneda única no sólo retrocede, sino que contribuye, a su manera, al fortalecimiento del euro, que ya sube hacia la paridad con la libra. Normal, porque el Brexit se ablanda –al tiempo que otras amenazas, como la crisis griega y el fasciopopulismo–, lo que abre una tercera vía más positiva para Europa: que Gran Bretaña siga como socio (sin barreras al comercio y a los ciudadanos comunitarios) pero fuera del club, es decir, sin que el voto toca-narices tan típico de Londres frene el avance europeo.

“Más Europa… aunque sólo sea en defensa propia”. Esta frase también la entrecomillo, aunque sea mía, porque era el titular de mi anterior artículo en “HISPATRADING”. El él comentaba cómo el Brexit y el Trumpxit –los dos fenómenos más estúpidos de la reciente historia de Occidente– están generando un efecto contrario al inicialmente esperado: una Europa más fuerte y unida frente a tan absurdas amenazas. Aunque parezca insistente, merece la pena volver sobre este tema, ya que, a medida que el tiempo pone las cosas en su sitio, proliferan los síntomas de que Europa y su moneda se fortalecen mientras sus principales adversarios se debilitan.

“Grecia permanecerá en el euro y el euro es irreversible: ya no hay ninguna duda sobre ello”. Así de contundente se mostraba a comienzos del verano el citado Thomas Wieser, quien preside desde 2012 el Grupo de Trabajo del Eurogrupo [véase entrevista en el diario “El País” del 22 de julio de 2017]. Este economista es el jefe de los llamados “sherpas”, es decir, de los muy cualificados técnicos que preparan las reuniones de los ministros de Finanzas de la eurozona. Es, por tanto, quien dirige a los que abren el camino, a los que de verdad se trabajan los encuentros en los que luego los ministros se lucirán y se harán la foto, tras casi limitarse a adornar un poco la senda que sus sufridos “sherpas” les han desbrozado previamente. De ahí que la opinión de Wieser resulte tan relevante, pues es de alguien que está en la cocina, fuera del alcance de los focos pero al píe de los fogones donde se cuece casi todo en la economía de la zona euro.

Al realizar su pronóstico sobre el carácter irreversible del euro, uno de los principales argumentos de este guía del desfiladero europeo era el modo en que, finalmente, parece casi superada la crisis griega, aunque ciertamente al país le falten aún unos cuantos años de sufrimiento después de tres grandes operaciones de rescate. Con los presupuestos públicos (y no sólo el griego) más estabilizados, el euro lo tiene más fácil, pese a que aún falte resolver la gran asignatura de la creciente desigualdad en la recuperación: son demasiados los que se han despeñado por ese mismo desfiladero y muchos de ellos ya no podrán volver a remontarlo sin ayuda.

Pero Grecia, tras sucesivas caídas y recaídas, intenta retornar al camino. Podría haber escrito “al buen camino”, pero la verdad es que no tengo claro que sea del todo bueno, pese a que, visto lo visto y ante la falta de alternativas creíbles, parece por ahora el “único camino”. Una ruta intrincada que, en cualquier caso, nos está sacando a los europeos de diez años de crisis. Los últimos datos macro lo ratifican: los diecinueve países que comparten el euro crecieron un 0,6 por ciento durante el segundo trimestre de 2017, una décima más que en el primero. Esto significa que la eurozona acumula ya diecisiete trimestres seguidos de recuperación económica, según los datos de Eurostat, y con un desempleo en mínimos desde 2009 (salvo en países como España, por volver a la asignatura pendiente de la desigualdad).

Con este impulso del segundo trimestre, los diecinueve países de la moneda única avanzan ya a un ritmo del 2,2 por ciento anual, aunque también es cierto que con importantes diferencias: los hay que crecen mucho, como Alemania, y ya pueden alardear de estar mejor que antes de la crisis; y los hay que también despegan, como España, Portugal, Italia o incluso Grecia, pero a quienes aún les queda mucho sufrimiento (materializado sobre todo en las elevadas tasas de desempleo y desigualdad social).

Así que, casi una década después de la gran noticia que todos consideran el comienzo de la gran crisis (la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008), la eurozona toma por fin impulso, con ese ritmo de crecimiento del 2,2 por ciento anual… que dobla al que registra en estos momentos el Reino Unido, justo cuando comienza sus negociaciones con Bruselas para abandonar la Unión Europea… O para abandonarla pero no del todo… O para abandonarla sin abandonarla… O, lo que es más probable, para seguir en el mercado único, aunque sin voz ni voto sobre el rumbo que ese mismo mercado decida tomar. ¿Era este el modo de “tomar de nuevo el control”, ese “take back control” que fue el lema con el que los antieuropeos lograron que el 52 por ciento de los británicos votaran a favor del Brexit hace ahora más de un año? Más bien parece un “dejar todo el control” en manos de aquellos con los que, desesperadamente, Gran Bretaña desea mantener sus privilegiadas relaciones comerciales. Porque ahora, eso de “Brexit means Brexit” (Brexit significa Brexit) ya no sirve. O significa lo contrario de lo que parecía al principio. ¿Tendremos que volver a estudiar la lengua de Shakespeare, que ya incluso genera nuevas palabras como Regretxit?

Brexit no significa Brexit

“Brexit significa Brexit”, dijo la incompetente Theresa May al poco de ser elegida para pilotar el suicidio de su país y de su propio partido. Pero resulta que no, que lo poco que los británicos proponen hasta ahora es “business as usual”, en palabras del ministro encargado del Brexit, David Davis. Es un giro gatopardiano del asunto: que todo cambie para que todo siga igual. Porque en su primera propuesta para negociar el Brexit (presentada el 16 de agosto), Londres se atrevió a reclamar que la unión aduanera entre el Reino Des-Unido y Europa se prolongue dos o tres años tras el divorcio oficial con la Unión Europea previsto en 2019. Es decir, quizás hasta las elecciones británicas previstas para 2022. El pobre Davis, obligado a decir al mismo tiempo una cosa (Brexit significa Brexit) y la contraria (nos vamos pero que los negocios sigan igual), justifica tan estrambótica propuesta porque una brusca ruptura con Europa provocaría que el empresariado y los exportadores británicos se sintieran “al borde del abismo”.

¡Hombre, haber empezado por ahí cuando clamaron por el Brexit los populistas y demagogos Nigel Farage y Boris Johnson! ¡Haberle dicho claramente a los británicos que irse de Europa significaba para sus empresas quedar “al borde del abismo”! Por cierto –y esto es una nota al margen–, ¿han reparado en que Johnson parece usar el mismo tinte capilar que Trump y en que Farage comparte con su amigote de la Casa Blanca sus ademanes de matón de barrio?

La segunda propuesta negociadora de Londres, presentada un día después de la primera, fue casi igual de estrambótica: que no se alce una frontera en los 499 kilómetros que separan la británica Irlanda del Norte de su vecina y muy comunitaria Irlanda. ¿Es que por ahí no van a entrar los inmigrantes que tanto molestan al retro nacionalismo de los impulsores del Brexit y que supuestamente roban a los británicos tanto como los demás españoles a los catalanes? ¿O es que Londres ha descubierto que, muchas veces, los auténticos problemas entre países aparecen, o en este caso resucitan, cuando alzas entre ellos muros, alambradas y fronteras? De nuevo, una cosa y su contraria: quiero fronteras con veintiséis países de la Unión Europea, pero no la quiero con uno, mi vecinita Irlanda. Y de Gibraltar y de los otros paraísos fiscales bajo la Union Jack, de momento, mejor ni hablamos…

Es realmente descorazonador para los pro-Brexit: las dos primeras propuestas del gobierno May en la negociación con Europa no sólo entierran definitivamente las posibilidades de un Brexit duro, sino que dejan a Londres muy debilitado, porque Europa ni se inmuta e insiste en que primero hay consumar la ruptura y luego ya veremos qué puede negociar Gran Bretaña con sus veintisiete ex socios. Bruselas añade que Londres no puede negociar nada si antes no abona la factura pendiente con Europa (los británicos ya aceptan 40.000 millones de euros, aunque Bruselas estima que la cifra real está entre 60.000 y 100.000 millones). Los negociadores comunitarios insisten también en poner por delante de cualquier acuerdo los derechos de los tres millones de ciudadanos comunitarios que viven en las islas y del más de millón de británicos que habitan en Europa. Pero Londres, tras proponer el divorcio, ahora no lo quiere y lo primero que reclama es un “business as usual”, como si aquí no hubiera pasado nada.

Pues muy bien: a lo mejor es lo que se merece Gran Bretaña. Que se marche de Europa, pero sigamos comerciando libremente con ella; y, por supuesto, que los ciudadanos de la Unión Europea sigan campando a sus anchas por el Reino Unido, y viceversa… pero con los británicos formalmente expulsados del club comunitario, después de pagar la factura pendiente. Cierto, luego se ahorrarán sus aportaciones al presupuesto de la Unión, pero también dejarán de recibir fondos de la UE (un amigo mío español, doctorando en Oxford, me contaba hace poco que mucha gente de su universidad lloró el aciago día en que ganó el Brexit, entre otras cosas por los cuantiosos fondos europeos para investigación que cruzan el Canal de la Mancha). Europa tendrá que reajustar sus presupuestos tras perder la aportación británica, pero a cambio se ahorrará no sólo lo que devuelve a Londres, sino también los continuos lloriqueos y palos en las ruedas que los británicos han puesto tradicionalmente ante cualquier avance hacia un mayor control de los mercados financieros, o hacia una mayor unidad política, o hacia una posición internacional común para toda la UE. Es decir, dejaremos de tener un socio toca-narices (por no citar otros órganos peor sonantes cuando te los tocan) y aprobaremos lo que queramos los socios de la Unión, mientras los británicos, si quieren seguir comerciando libremente con nosotros, no tendrán más remedio que acatarlo o, si no, ya saben: al abismo. Al mismo al que se ha ido la libra, que ya coquetea con la paridad con el euro tras depreciarse más de un diecisiete por ciento frente a la moneda única desde la victoria del Brexit el 23 de junio de 2016.

¿Habrá un Regretxit?

Otra posibilidad es que el Brexit se ablande tanto que se convierta en esa nueva palabra inventada por los británicos: Regretxit, resultado de fundir el término maldito con el verbo regret (arrepentirse o lamentarse). Para ello, antes de las elecciones británicas de 2022 debería surgir vida inteligente entre los políticos de las islas, algún líder con agallas (ni May ni el opositor laborista Jeremy Corbyn las tienen) que se atreva a dejar de mentir a sus conciudadanos y clame por un nuevo referéndum, pero sin trolas y con garantías: una participación mínima necesaria muy elevada y una mayoría desde luego superior a ese “la mitad más uno” que parece valer lo mismo para arrojar a Gran Bretaña al abismo que para soñar con una Cataluña independiente, comunitaria (otra vez, una cosa y la contraria), republicana y en la que los gamberros callejeros de la CUP y sus socios ex convergentes (los conservadores más recortadores de España) formen una alianza idílica de izquierda radical-derecha obtusa y lleven a los catalanes, quieran o no, a una especie de nacional socialismo… imperante sobre un supuesto paraíso social, económico y fiscal mucho más grande que esa Andorra que tanto les gusta visitar a algunos de sus líderes.

Con Brexit blando o con Regretxit, a Europa sólo le queda seguir remando, seguir trabajando en lo que de verdad importa (sobre todo en la reducción de las desigualdades entre países y entre ciudadanos) y seguir fortaleciéndose, mientras espera que otro de sus grandes incordios recientes –ese neoyorquino heredero millonario, anti inmigrantes, descendiente de inmigrantes, aficionado a las modelos eslavas, supremacista y teñido de platino– deje de rebuznar dentro y fuera de la Red y pase por el banquillo: primero por el político y después por el judicial. Pero eso también lo veremos muy pronto y seguro que lo celebraremos en el próximo artículo en “HISPATRADING”. ¿Qué se apuestan?

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