Esta semana, Christine Lagarde, en su intervención ante la Asamblea del Parlamento franco-alemán, confirmó que el Banco Central Europeo revisará su esquema de compras de bonos de emergencia y podrá aumentar el programa de QE para apoyar a la economía.
Con esto, por primera vez en la historia, el BCE supera los 6,5 trillones de euros en activos. La impresora sigue haciendo ruido y el balance ahora equivale al 63,6% del PIB de la zona euro frente al 36,3% de la Reserva Federal y el 135,3% del Banco de Japón.
La presidenta afirmó que la institución vigila muy de cerca la fuerte revalorización del euro y en que adoptará las medidas que sean necesarias para cumplir el objetivo de la estabilidad de precios, pero lo que no dicen, por lo menos públicamente, son las consecuencias negativas que puede tener este exceso de deuda.
Estamos sentando todas las bases de una japonización de la economía europea, y no es una noticia precisamente positiva ni para la economía ni para los mercados.
Este fenómeno tuvo lugar a partir de la década de los 80, momento en el que después de muchos años de crecimiento económico (al igual que EE.UU. y Europa), Japón comenzó a sufrir una desaceleración de su economía que perdura hasta hoy mismo. Esta peligrosa tendencia tuvo su raíz en una expansión crediticia sin límites y un entorno de tipos bajos continuados, que degeneró en una gran burbuja inmobiliaria y supuso un punto de inflexión para la sociedad nipona. Como consecuencia, el país sufrió una caída del consumo y la inversión privada y, con ello, del crecimiento económico. La aversión al riesgo, un riesgo derivado de la mala intervención central, anestesió a la economía.
Desde aquel entonces, la inversión ha sido canalizada por el sector público en pasivos estatales; pasivos a la vista (divisa) y pasivos a plazo (bonos), por lo que tenemos un gran flujo de inversión que financia al sector público en detrimento del sector privado. Esta tendencia en los “inflows” es lo que ha evitado que el enorme endeudamiento se haya traducido en inflación, de hecho, Japón ha bailado con una peligrosa deflación crediticia en las últimas décadas.
Pero que la inversión se canalice al sector público (que garantiza seguridad), lejos de ser bueno, es muy pernicioso para la economía en el largo plazo. Si la mayoría del ahorro cae en manos del ente público, es éste el que tiene el poder de organizar la economía y encargarse de la ingeniería financiera. Y esto nos va a llevar, inexorablemente, a una constante mala asignación de capital que, a su vez, derivará en un peligroso estancamiento económico. Esto es lo que se conoce como la teoría de imposibilidad del socialismo económico, desarrollada por Ludwig Von Mises.
De esta manera, Europa está recorriendo los mismos pasos de Japón, pero ojo, porque Estados Unidos, aunque no de forma tan alarmante, también empieza a mostrar síntomas de fuerte sobrecalentamiento.
La japonización se tradujo en una bolsa con el Nikkei bajista durante muchas décadas. Viendo la tendencia, no parece que indexarse a Europa sea la mejor inversión de cara al futuro. Y cuidado con Estados Unidos. Creo que entramos en una era donde encontrar el valor y los sectores punteros será la clave para sacar rendimiento al mercado.
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