El sistema energético global se encuentra en uno de sus momentos más críticos. Por un lado, los altos estándares de vida de los países desarrollados sumado al rápido crecimiento del mundo emergente están haciendo evidente la imperiosa necesidad de una oferta aumentada de hidrocarburos y otras fuentes de energía. Por otra parte, el inesperado descenso y creciente volatilidad del precio del crudo, no hacen del panorama, algo demasiado auspicioso.
En este contexto, es importante recordar que la mayor parte de las reservas de hidrocarburos son de propiedad estatal o compañías con mayorías estatales, mientras que el eslabón de refino y logística se encuentra en manos de capitales privados.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la necesidad (mayor a su producción) de petróleo y gas por parte de los países desarrollados conjuntamente con la necesidad de los países productores de encontrar mercados distintos a los propios para sus excedentes de producción, resultó en una matriz energética que duró casi 30 años.
Esta dependencia mutua comenzó a desdibujarse a comienzos de la década del 1970, con la aparición de la Organización de Países Exportadores de Petróleo; momento en el cual estos países dimensionaron la importancia de sus recursos y decidieron expandir su producción en beneficio de sus mercados domésticos.
Posteriormente, durante los 1990s, la creciente industrialización y urbanización de las economías en desarrollo comenzó a generar una presión constante en la demanda de hidrocarburos, lo cual dio como resultado una lucha más tensa e intensa entre países consumidores.
Como si esto fuera poco, para comienzos del año 2000 muchos de los reservorios descubiertos durante las décadas de 1960 y 1970 (Mar del Norte, Alaska, incluso algunos de los mega reservorios de Arabia Saudita, Irán, Iraq, México, Rusia Y Venezuela) fueron declarados en su zenit productivo: punto a partir del cual comienza la caída de la producción. Sin embargo, algunos años después comenzó a escucharse la voz del “no convencional”. Así, el mundo estaba aparentemente agotando progresivamente sus reservas de hidrocarburos, a la vez que dando origen a un nuevo orden energético global.
Ahora bien, América Latina es después del Golfo de Persia y junto con la ex Unión Soviética, la región más rica en hidrocarburos de la Tierra. Más del 80% de las reservas de la región están localizadas en Venezuela (las reservas venezolanas pueden proveer el consumo interno por los próximos 750 años).
Brasil, por su parte y en razón de la calidad de su petróleo, podría convertirse en un jugador regional importante; sin perjuicio de esto y como consecuencia de la creciente magnitud de su mercado interno, no tiene proyecciones concretas como exportador. México, por su parte, podría reposicionarse en tanto en el ámbito regional como internacional si logra revertir la caída de su industria.
Si bien durante los años 90 la industria del petróleo Latinoamericana recibió importantes flujos de inversión privada, de acuerdo a la moda de liberalización y privatización de la época, la última década ha sido testigo de una ola de nacionalizaciones (re) introduciendo a los Estados Nacionales como un jugador en el sector.
De esta manera, la escena de América Latina ha mostrado las dos caras de la moneda; grandes exportadores como México y Venezuela (más grandes exportadores mundiales durante la primera mitad del siglo 20) e importadores netos durante varias décadas como Brasil y Perú. Asimismo, en los últimos veinte años Colombia, Ecuador y Argentina han tenido períodos de superávit exportables.
En lo que a gas se refiere, México y Brasil han sido importadores netos por los últimos diez años. Argentina supo ser exportador de gas, pero actualmente las importaciones del hidrocarburo representan alrededor de USD 8.000 millones año en la balanza de pagos (dato aproximado para 2014). Bolivia, por su parte, ha sido el gran exportador de la región, fundamentalmente en los últimos diez años. Por último y a pesar del reservorio de Camisea, Perú continua siendo importador.
Desde el punto de vista institucional y de management, el ámbito Latinoamericano es divergente. México, por ejemplo, viene de una larga tradición de monopolio estatal en la producción de petróleo y gas; más allá de las últimas reformas promovidas por Peña Nieto durante 2014. Ecuador y Venezuela son otros dos países donde el Estado es un jugador dominante, controlando el 100% del equity de las compañías de petróleo y gas. Colombia también ha permitido un tímido ingreso de capitales privados en Ecopetrol – Compañía Petrolera Nacional. Por su parte, Brasil privatizó parcialmente Petrobras (NYSE:PBR) transfiriendo buena parte de la participación estatal a manos privadas, manteniendo el control de la compañía mediante acciones con derechos especiales. En estos dos últimos casos, Colombia y Brasil, hay una importante participación privada en compañías operadoras.
Así, esquemas de privatización absoluta durante los 1990s (Argentina, Bolivia, Perú, etc.) se han revertido en el último quinquenio para afirmar una tendencia de nacionalismo petrolero en la región (Huanuni tin mines, Repsol (MADRID:REP), BP, Compañía Logística de Hidrocarburos en Bolivia; Repsol YPF (BA:YPFD) S.A. en Argentina; Exxon Mobile, Conoco Phillips, Chevron (NYSE:CVX), BP, TOTAL en Venezuela, etc.); perspectiva esta desde la cual, bajo títulos de utilidad pública, seguridad e interés nacional, la creación de empresas públicas ha sido el instrumento básico para adquirir la propiedad y administración de hidrocarburos y la ejecución de la política pública energética.
En este contexto, la nacionalización de las fuentes de energía, particularmente petróleo y gas, tiene una importancia estratégica a nivel global. Nacionales o extranjeras, públicas o privadas el sector de energía tendrá un papel crucial para el desarrollo en las próximas décadas. Cualquiera sea el modelo, esquema o estrategia que los distintos jugadores persigan, la cuestión energética jugará un rol preponderante en la organización global de los próximos años.