Xavier Hovasse, responsable de renta variable emergente
Durante los últimos meses, los mercados emergentes registraron un periodo de creciente aversión al riesgo al verse afectados por la suma de varios factores: el incremento de los tipos de interés en EE. UU., la apreciación del dólar y las importantes tensiones políticas que enfrentan a Estados Unidos con China, Rusia y Turquía.
La guerra comercial emprendida por la Casa Blanca durante los últimos meses no da indicios de remitir, y su repercusión sobre el crecimiento es ya patente en Asia, donde las encuestas de los índices de gestores de compras PMI —especialmente de los índices de nuevas exportaciones— mostraron un descenso. Estados Unidos mantiene su postura mercantilista hostil, imponiendo cada vez más barreras arancelarias al comercio bilateral. Además, habida cuenta de que ni Washington ni Pekín han efectuado ningún gesto encaminado a relajar las tensiones, sería imprudente esperar cualquier tipo de mejora en las relaciones entre ambos países llegados a este punto. De hecho, la cuestión de los aranceles ha enmascarado el hecho de que el ciclo económico global no deja de perder dinamismo.
Este fenómeno resulta especialmente visible en China, donde los últimos datos macroeconómicos fueron decepcionantes. Pekín está tratando de apuntalar la economía con políticas anticíclicas, que seguramente surtirán efecto en 2019. Sin embargo, la flexibilidad del gigante asiático es cada vez menor, dado que ya no registra un superávit por cuenta corriente y esta financiación a largo plazo en forma de inversión extranjera directa ha caído drásticamente, lo que lastra la balanza de pagos del país. Todo ello reduce el margen de maniobra del Gobierno chino e implica que los estímulos presupuestarios o monetarios —que impulsarían de forma artificial la demanda de materias primas y metales vinculados a China— se han convertido en un recurso cada vez menos eficiente. Esta coyuntura incierta seguramente se mantenga en 2019, y los mercados emergentes seguirán experimentando dificultades hasta que se resuelvan estas incógnitas en el plano macroeconómico, el Banco Popular de China adopte medidas de relajación monetaria más tangibles y se reduzca la tensión en la disputa comercial entre Washington y Pekín.
En este contexto, cabría preguntarse cuándo será el momento más propicio para invertir en los mercados emergentes. En Carmignac, siempre hemos apostado por invertir en los mercados emergentes debido al potencial de crecimiento a largo plazo que presenta esta clase de activos. Buscamos invertir en compañías que se convertirán en las principales beneficiarias de las tendencias a largo plazo y que operan en sectores infrapenetrados, lo que nos aportará crecimiento estructural a largo plazo independientemente de las fluctuaciones de los mercados. Intentamos identificar qué sectores se están desarrollando, en qué fase de desarrollo se encuentran y cuáles son sus perspectivas de cara al futuro. Posteriormente, seleccionamos empresas pertenecientes a estos sectores que disponen de una estrategia fiable, hacen gala de disciplina y cuentan con los medios financieros necesarios para lograr su objetivo.
El mejor ejemplo que podemos dar para ilustrar nuestra visión sobre los mercados emergentes es el sector tecnológico. Durante los últimos veinte años, el universo emergente ha pasado de ser un modelo para la inversión en materias primas e infraestructuras a convertirse en una esfera más innovadora y orientada a la industria tecnológica. Hace diez años, los valores tecnológicos representaban únicamente un 14 % del índice MSCI Emerging Markets, mientras que los de energía y materiales constituían un 20 %.
En la actualidad, las firmas tecnológicas representan un 27 % del índice, mientras que las materias primas (energía y materiales) suponen menos del 15 %. Resulta difícil pronosticar cómo evolucionará el índice en diez años, pero su composición actual está mucho más orientada hacia las temáticas que, a nuestro juicio, resultan idóneas de cara a invertir en los mercados emergentes: el crecimiento de la clase media, el aumento del consumo, la innovación y las tecnologías disruptivas.
La tecnología es un ámbito muy amplio pero, durante los últimos tres años, la atención se ha centrado en la oleada de digitalización que hemos vivido. Por tanto, muchos inversores han priorizado los gigantes del comercio electrónico y las redes sociales como Tencent (HK:0700), Amazon (NASDAQ:AMZN) o Facebook (NASDAQ:FB). Sin embargo, existe otra importante tendencia que suele pasar desapercibida: la evolución de la infraestructura tecnológica. En 2012, la media mensual de uso de datos per cápita era de 500 MB, mientras que a día de hoy, esta se sitúa en 10 GB. Para 2025, se espera que esta cifra ascienda hasta los 62 GB. No cabe duda de que los valores de Internet y similares serán los principales beneficiarios de esta tendencia, aunque no solo, dado que también conlleva un importante crecimiento para las empresas de hardware, como los fabricantes de chips, los proveedores de almacenamiento de datos, etc. Además, existe un gran número de empresas en la esfera emergente que muestran una gran disciplina y que se convertirán en importantes beneficiarias de esta tendencia estructural en los próximos diez a veinte años, y es justamente en esas firmas donde estamos posicionados.