Los que nos dedicamos al trading o a las inversiones en algún momento de nuestra vida pasaremos (o hemos pasado) por momentos muy duros, momentos dónde nos replantearemos si vale la pena todo el sacrificio, trabajo y estrés que conlleva esta actividad.
Siempre va a surgir aquel instante dónde vas a dudar de tus capacidades. Siempre existirá una situación que te haga pensar en la “maldita la hora en que decidí dedicarme a esto”. Siempre va a surgir una mala racha de operaciones que te va a hacer dudar sí continuar con el trading.
Y es que el trading no es lo que popularmente se cree. No es un trabajo de 30 minutos al día. No es enriquecerte en un solo año. No es conseguir un “pelotazo” detrás de otro “pelotazo”. No es invertir en acciones que te generan cada una de ellas una “ten bagger”. No es encontrar una estrategia milagrosa y venderla en un cursillo de 12 horas en un hotel de 4 estrellas a precio de MBA en Harvard. El trading son horas de dedicación. Son días de constante aprendizaje. Son semanas enteras estando pendiente del ordenador. Son noches sin dormir. El trading es duda. El trading es incertidumbre. El trading es crisis.
Y cuando estés pasando por una de esas crisis te propongo que recuerdes la siguiente historia:
Uno de los experimentos más polémicos de la historia de la psicología, sociología y biología fue el que realizó el profesor Curt Richter en 1957 para comprobar la resistencia a morir de unas ratas.
El mecanismo de susodicho estudio era el siguiente: Coger unas ratas de laboratorio, dejarlas en una cubeta de agua y medir el tiempo que tardaban en ahogarse. Los resultados que obtuvo le descuadraron completamente pues a los 10-15 minutos acababan muriendo. Entonces pensó que las ratas de laboratorio no eran lo suficientemente resistentes y dedujo que las ratas de calle, habituadas a entornos más hostiles tardarían más tiempo en morir. Se propuso replicar el experimento, pero esta vez con ratas de calle. Y el resultado fue doblemente sorprendentes ya que tardaban incluso menos tiempo en morir que las ratas de laboratorio.
Desconcertado con los resultados de los dos experimentos previos introdujo una modificación en el procedimiento que consistía que, una vez introducida en la cubeta de agua tanto la rata de laboratorio como la rata de calle, a los dos minutos exactos las sacaba del agua durante unos segundos y acto seguido las volvía a introducir en la cubeta. Y aquí está lo más sorprendente de toda esta historia. La capacidad de resistencia de los dos tipos de rata paso de los 10-15 minutos a las 6-7 horas antes de morir ahogadas.
De este macabro experimento se deduce una primera conclusión: la resistencia a morir de unas ratas se multiplicaba por el simple hecho que en un momento dado se le “bridó la oportunidad” de salir del agua.
Por tanto, cuando sabemos que existe una oportunidad, cuando sabemos que se nos da “una esperanza” nuestra capacidad de sufrimiento se multiplica de forma exponencial. Cuando se nos da una “esperanza” nuestros recursos para sobrevivir se expanden y llegamos a conseguir objetivos antes inimaginables.
Pero todo en esta vida es interpretativo y si bien he indicado una conclusión positiva sobre dicho experimento, los lectores más avizores se habrán dado cuenta que existe una conclusión marcadamente negativa que subyace de este experimento. ¿Sabes de cuál se trata? Te leo en los comentarios.