En toda crisis, nunca faltan los profetas del desastre decretando el fin del mundo. Sin embargo, las crisis también pasan y el mundo tiene la peculiar costumbre de sobrevivir. Claro que hay crisis de crisis. Sin lugar a dudas, hay eventos en la historia que claramente marcan un antes y un después. Es decir, hay puntos de inflexión en la historia. Todo parece indicar que la crisis del coronavirus es uno de esos momentos. Sin embargo, todavía es muy temprano para saber a ciencia cierta y con lujo de detalles el futuro que se nos avecina. En otras palabras, no sabemos aún las transformaciones precisas que tomarán lugar. Podemos especular y elaborar algunas hipótesis. Pero todavía estamos muy cerca del evento central y carecemos de la suficiente perspectiva para poder determinar el desenlace de todo esto. ¿De dónde vendrán las primeras quiebras? ¿Cuándo se levantará la cuarentena en su totalidad? ¿El precio de Bitcoin a fin de año? ¿Quién ganará las elecciones presidenciales en los Estados Unidos?
Por supuesto que la crisis del coronavirus es un hecho tan grande que contempla muchísimas imponderables. Eso sin mencionar que aún se encuentre en desarrollo y cualquier cosa puede pasar. Bien sabemos que la crisis de salud se ha convertido en una crisis económica. Pero, mientras no se levante la cuarentena y podamos volver a las calles a trabajar normalmente, no vamos a podemos determinar el tamaño del desastre económica que nos está dejando este bendito virus. El mundo en este momento está tan afectado, y toda ha sido tan rápido, que no tenemos a nuestra disposición la suficiente información para poder decir dónde estamos realmente en todo esto. Toda predicción ahora en realidad sería un diagnóstico del presente. ¿Y cuál es nuestro presente? Incertidumbre extrema. Paro económico. Caos. Intervención gubernamental. Reproches. Emociones a flor de piel. Solidaridad. Esperanza. Creatividad. Un planeta vacío. Y un internet boyante.
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El hecho de que gran parte de la humanidad se encuentre encerrada en sus casas sin trabajar obviamente es un golpe muy duro para el aparato productivo mundial. Por mucho que los románticos critiquen el capitalismo salvaje reinante el trabajo no se puede parar porque las necesidades humanas no paran. La gente necesita comida, agua, techo, y abrigo como mínimo. Y la naturaleza no nos aporta esto por nada. Debemos trabajar. En el caso que tengamos que parar de trabajar, es inevitable solventar nuestras necesidades con nuestras reservas. Eso naturalmente disminuye nuestra riqueza. Y nos afecta en varios sentidos. El más importante es que gastamos menos. Y gastamos mucho menos en el caso que tengamos muchas deudas, que me temo que es nuestro caso. Entonces, no hay que ser un genio para saber que nos esperan, económicamente hablando, tiempos muy difíciles. Esto se va a poner color de hormiga.
Los mercados bursátiles fueron los primeros en caer víctimas del pánico. Y, para ser francos, en esta oportunidad no podemos decir que su pánico haya sido irracional. En los próximos meses, la rentabilidad de muchísimos sectores se verá dramáticamente golpeada. Y si agregamos que las valoraciones están realmente por las nubes, no es sorpresa que para los inversores ahora todo resulte caro y estén vendiendo para buscar refugios seguros. ¿Cuáles son estos refugios seguros? La respuesta es clara. No, no ha sido Bitcoin. Los inversores claramente se han refugiado principalmente en los bonos del Gobierno, en primero lugar, y en el oro, en segundo lugar. Claro que, en otros casos, la respuesta ha sido simplemente mantener dólares o euros en el banco o debajo del colchón. El miedo vuelve a la gente muy conservadora. Y, nos guste o no, siempre pide la ayuda de papá Gobierno.
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La pandemia ha demostrado que el liderazgo global no es tan fuerte como se piensa. El desorden es evidente. Más allá de las suposiciones de los teóricos de la conspiración parece ser que las elites son también seres humanos. El supuesto orden mundial no está actuando muy bien y da la impresión de que el mundo es un jinete sin cabeza. ¿La ONU? ¿La Unión Europea? ¿Los organismos multilaterales? Aquí todo el mundo está actuando por su cuenta de manera sumamente desarticulada. Los Gobiernos nacionales y la sociedad civil (médicos, personal esencial) han sido los grandes protagonistas. Pero, bueno, en realidad, las grandes estrellas han sido las redes sociales. Internet nos ha mantenido unidos en la distancia. El mundo se ha vuelto muchísimo más digital. Retos, videos, conciertos en línea, educación en línea. En fin, eventos de todo tipo. Todo suspendido, pero todo activo en línea. Esta mezcla entre nacionalismo y digitalización podría ser una antesala de nuestro futuro.
Esta situación de paro global ocasionada por el coronavirus no ha podido llegar en peor momento. Antes de la llegada de este virus del demonio, ya estábamos en un tremendo lio, porque la economía, a pesar de no estar del todo mal en términos macroeconómicos, ya estaba emitiendo señales muy claras de que la fiesta estaba por terminar. En Wall Street, se estaba viviendo un boom, pero no se dejaba de hablar de que todo era una vulgar burbuja porque la economía real (producción) simplemente no justificaba semejanzas valoraciones. Los estímulos monetarios simplemente no estaban funcionando y todo se iba a los mercados financieros para seguir alimentando la burbuja financiera, pero muy poco se quedaba en la economía real para estimular el crecimiento económico. El producto interno bruto nada que resucitaba. Además, los niveles de deuda pública y privada estaban en la estratosfera. El mercado de los bonos en una situación sumamente preocupante.
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Antes del coronavirus, todavía existía la esperanza de que bajando aún más las tasas de interés y aplicando expansión cuantitativa el enfermo mejoría. Pero esa idea se desplomó en el piso con la pandemia. Porque sin producción las cosas se complican. La gran ventaja que se tenía antes era que la inflación, a pesar de todo el dinero en circulación debido a los estímulos, se mantenía bajo control. Pero ahora tenemos un problema más grave. El desempleo y las deudas podrían estar creando un cuadro deflacionario. Es decir, todo se va al piso (los precios) y la gente no puede gastar porque no tiene ni un peso en el bolsillo. Aquí la razón de los nuevos estímulos anunciados. Y el uso de la palabra “infinito”. Que parece excesivo. Unos estímulos monetarios sin límite. Pero lamentablemente son necesarios para poder frenar una verdadera catástrofe a niveles de la Gran Depresión de los años 1930s.
La buena noticia que las crisis también se pueden convertir en oportunidades. No sabemos todavía la forma exacta que tomará este nuevo mundo que nos espera después de la pandemia, pero seguramente estará lleno de oportunidades. Habrá cambios y si queremos sobrevivir a ellos, debemos adaptarnos. La deflación no es necesariamente mala para todos. También es una oportunidad de compra. Las crisis no son eternas. Son experiencias muy duras, pero la económica eventualmente se recuperará y los precios volverán a subir. Lo que quiere decir que el mundo después de la crisis depende mucho de las decisiones que tomemos durante la crisis. Lo peor que podemos hacer es ver todo esto como una gran calamidad y venderlo todo por tres peniques. Vender por desesperación es un error garrafal. En el preciso momento cuando pensamos que es el fin del mundo, es cuando debemos apretar el cinturón y asumir la situación con fortaleza, paciencia y carácter. Mientras todos tienen miedo, nosotros debemos ser valientes y poner nuestra fe en el futuro.