Estuvimos ausentes un par de semanas en lo que corresponde a esta columna semanal a razón de un breve descanso primaveral. Nos fuimos a las montañas para desconectarnos por unos días. Muchas gracias a los lectores que me escribieron con palabras tan amables y generosas. ¿Qué ha pasado desde entonces? Bueno, todavía hay una guerra en Europa. Pese a que Rusia se ha retirado temporalmente de algunas zonas del norte de Ucrania, todavía no tenemos esperanza de paz para la región. Los desplazados y los negocios cerrados son muchos. Las muertes son lamentables. Y las economías de ambos bandos se han visto seriamente golpeadas. El conflicto ha elevado el precio del petróleo y de muchas mercancías. Lo que complica aún más la realidad global.
Llegaron los nuevos datos de inflación y no son muy alentadores. A los altos costos de la energía y los alimentos se suman los problemas de producción y distribución. Claro que los precios del petróleo han bajado un poco últimamente debido a la caída de la demanda china y a las promesas de incrementar la producción por parte de algunos actores. Sin embargo, las cosas no están muy buenas. Las autoridades monetarias no tienen más opción de seguir subiendo las tasas y reducir sus libros para enfriar la situación. No obstante, estos planes están golpeando a los mercados en todas partes.
La incertidumbre vuelve conversadores a los inversores que, en semejante situación, nos guste o no, han buscado refugiarse en el dólar, el euro y los bonos soberanos. Se evitan los activos más riesgosos en la espera de mayor claridad. Por supuesto que el consenso no es absoluto. Constantemente, surgen períodos de dudas. Y esa duda se transforma en volatilidad. Los precios suben. Los precios bajan. Los mercados fluctúan enérgicamente.