José Manuel Sanz
Berlín, 22 may (EFE).- Alemania está decidida a aprovechar el
enorme susto que sobrecoge estas semanas a sus socios europeos para
anclar en la zona euro una "cultura de la estabilidad" y del rigor
presupuestario que asegure la supervivencia de la moneda única
europea.
'El euro es mucho más que una moneda'. Con esta frase, repetida
en estos días de gran incertidumbre por destacados miembros del
gobierno alemán, la primera potencia de Europa quiere dejar claro
que no permitirá en ningún caso la muerte de la unión monetaria,
fruto de 50 años de integración pacífica del continente.
El mensaje de Berlín contiene dos avisos muy serios. El primero
va dirigido a los especuladores: quien apueste a la quiebra de la
zona euro terminará perdiendo su dinero.
El segundo se dirige a los gobiernos socios de la moneda única:
Berlín no va a consentir que nadie vuelva a burlar las reglas de
disciplina presupuestaria ni que descargue en los vecinos las
consecuencias de no haber mantenido unas finanzas públicas saneadas.
Antes que poner en peligro la unión monetaria, los estados
pródigos con políticas insostenibles tendrán que abandonarla, se
proclama alto y fuerte desde Alemania con una firmeza nueva, propia
de una potencia que ha dejado definitivamente atrás su complejo
histórico.
En las últimas semanas, Alemania había sido muy criticada en los
círculos europeos por su respuesta, lenta e insolidaria según
algunos, a la crisis de la deuda griega.
Su retraso en autorizar el establecimiento de un mecanismo de
rescate para Grecia, por consideraciones de política interna, habría
contribuido a agravar el problema y a convertir la crisis helena,
puntual y previsible, en una crisis inesperada de supervivencia para
la Eurozona, la primera en sus once años de historia.
Las autoridades alemanas no niegan haberse dejado influir por el
debate político nacional. Todo lo contrario, advierten de que un
"cambio de mentalidad" se ha producido en el país, veinte años
después de la caída del Muro y de la reunificación.
"Tal vez es nuevo para Europa constatar que Alemania defiende sus
intereses nacionales, como Francia o el Reino Unido han hecho
siempre, pero es un proceso al que Europa deberá habituarse",
declaraba esta semana el ministro del Interior, Thomas de Maizière,
a un grupo de corresponsales europeos invitados a Berlín.
No se trata de insolidaridad, sino del temor de la clase
dirigente a una reacción contraria de la ciudadanía que llegue a
socavar en el país los fundamentos no sólo del euro -la prensa
populista ha reclamado el regreso al deutsche mark- sino de la
propia idea europea.
"Es un test de destino el que estamos atravesando; no podemos
dejar que la crisis financiera atente contra la idea de Europa",
afirma por su lado el ministro de Asuntos Exteriores, Guido
Westerwelle.
Un diplomático recordaba que el pueblo alemán lleva en los genes
el miedo a la inestabilidad monetaria. La hiperinflación en la
república de Weimar, en la década de 1920, llevó al nazismo y de ahí
a la catástrofe.
"Nada hay más antisocial que una moneda inestable; los que sufren
sus consecuencias son los que no pueden escapar", remarca
Westerwelle.
Pero escuchando a destacados responsables de la coalición
cristianodemócrata-liberal que encabeza Angela Merkel emerge además
otra explicación del comportamiento alemán ante la crisis de estas
últimas semanas.
Aparte del temor a la reacción popular, Berlín habría demorado
deliberadamente su ayuda a Grecia para hacerle comprender al
gobierno de Yorgos Papandréu la importancia de la austeridad y
provocar medidas de ajuste y reformas estructurales mucho más
drásticas de lo que Bruselas había aceptado en un principio.
El ministro De Maizière defiende abiertamente que una ayuda
precoz habría sido contraproducente en el caso griego.
Es como con los niños, dice, si uno satisface inmediatamente sus
deseos, aparecen muchos más y acaba costándote mucho más caro.
Pero la táctica dilatoria alemana equivalía a jugar con fuego.
Apenas una semana después de activado finalmente el plan de
rescate de Grecia, los países del euro se veían forzados de nuevo a
celebrar una reunión de emergencia, el 7 de mayo.
La mayoría de los líderes entró en aquella cumbre pensando que
hablarían otra vez de Grecia, pero el presidente del Banco Central
Europeo, Jean-Claude Trichet, el primero en tomar la palabra, los
convenció enseguida de algo totalmente distinto.
Ahora lo que los mercados estaban poniendo en cuestión era lisa y
llanamente la supervivencia del euro. EFE