José Manuel Sanz
Bruselas, 24 jun (EFE).- Una Europa muy debilitada por la crisis
de la deuda acudirá a la cumbre del G20 en Toronto (Canadá) con la
intención de convencer a sus socios de que no cejen en la reforma
del sistema financiero internacional y contribuyan, mientras ella se
recupera, al crecimiento económico de todos.
En su última reunión, celebrada el jueves pasado en Bruselas, los
gobernantes de la Unión Europea concertaron su posición de cara al
G20 y pusieron el énfasis en la necesidad de seguir coordinando a
nivel mundial la salida a la grave crisis financiera, económica y
social que se arrastra desde 2008.
Europa pedirá a los demás socios globales con márgenes
presupuestarios que no retiren todavía los estímulos económicos,
para no ahogar el crecimiento; que sigan reprimiendo las tentaciones
proteccionistas; y que avancen decididamente en el objetivo de
regular y vigilar mucho más de cerca el mundo de las finanzas.
La Unión Europea (UE) como tal, representada por su nuevo
presidente estable, el belga Herman Van Rompuy, y por el presidente
de la Comisión ejecutiva, el portugués José Manuel Durão Barroso, es
miembro del grupo de los veinte países industrializados y emergentes
más importantes del planeta.
Además, otros cuatro países europeos son miembros permanentes del
grupo -Alemania, Francia, Reino Unido e Italia- y dos más, España,
que este semestre ejerce la presidencia rotatoria de la UE, y
Holanda, asisten como invitados desde el comienzo de la crisis
actual.
Los europeos no quieren que el inicio de la recuperación
económica, visible sobre todo en Estados Unidos y Asia, frene el
impulso favorable a una reforma en profundidad del sistema
financiero internacional, origen de todos los problemas.
La semana pasada los líderes de la UE dieron un paso más allá
respecto a los acuerdos de Pittsburgh o Londres (2009), al
comprometerse a "dirigir los esfuerzos globales encaminados a
introducir sistemas de tasas e impuestos sobre las instituciones
financieras", y a defender incluso "la creación de un impuesto
mundial sobre las transacciones financieras", según el comunicado de
la cumbre del pasado 17 de junio.
De momento, ambas iniciativas se mueven en un plano más retórico
y electoralista que práctico, aunque sobre el principio de un
impuesto a la banca ya existe un acuerdo entre los Veintisiete, y la
Comisión de la UE ha presentado recientemente algunas ideas para
ponerlo en marcha.
Cuando se habla de un impuesto a la banca, cada parte entiende
una cosa diferente. La idea europea no consiste en un gravamen
extraordinario con el que recuperar el dinero que los estados han
aportado para evitar el colapso del sistema financiero, como
propugna Estados Unidos, sino más bien en un fondo, alimentado por
los bancos, con el que el propio sector haría frente a quiebras
futuras sin recurrir al dinero de los contribuyentes.
Pese a esta voluntad de liderazgo en la reforma financiera, la UE
es consciente de la debilidad de su posición en la escena
internacional.
Con las arcas públicas vacías, un crecimiento raquítico y un
desempleo galopante, los países europeos no están en condiciones por
el momento de tirar del carro de la economía mundial.
Pero se muestran satisfechos de la "determinación" que han
demostrado a la hora de poner su casa en orden, lo que ha
contribuido, afirman, a la estabilización de todo el sistema global.
A principios de mayo, Europa se había convertido en el epicentro
de un nuevo terremoto financiero, según reconocía este domingo el
presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, en una
entrevista al semanario alemán "Welt am Sonntag".
El contagio de la crisis de la deuda pública griega a otros
socios de la zona del euro habría sido desastroso para el mundo
entero, si los gobiernos y las instituciones de la UE no hubieran
tomado medidas drásticas y valientes.
Una semana después de decidir, el 2 de mayo, el histórico rescate
de Grecia, en una operación conjunta con el Fondo Monetario
Internacional que puso a disposición de Atenas préstamos por valor
de 110.000 millones de euros para tres años, los socios europeos
volvían a reunirse, el 9 de mayo, para improvisar un mecanismo de
estabilización general que cortara el peligro de contagio a otros
estados de la zona.
El mecanismo, constituido por préstamos y garantías, movilizará
en caso necesario la impresionante cantidad de 750.000 millones de
euros (1 billón de dólares).
Como contrapartida, los dos países más acosados por los
especuladores -España y Portugal- aceptaron acometer drásticos
planes de ajuste para acelerar la reducción de sus déficit públicos
excesivos y anticiparon reformas estructurales impopulares.
En su última cumbre, los líderes de la UE dieron otro paso más
hacia la estabilización y la reforma de la economía europea, con la
decisión de publicar las pruebas de solvencia a las que son
sometidos sus bancos y la adopción de una nueva estrategia en favor
del crecimiento y el empleo para esta década. EFE