Probablemente, uno de los aspectos más interesantes en estas semanas estivales ha venido de la mano del goteo continuo de depreciación, ya iniciado en junio, del dólar frente al euro. La divisa estadounidense parece adelantar no solo un mundo de tipos muy bajos en general sino, de manera muy particular, una mayor laxitud futura en la actuación de la Reserva Federal frente al Banco Central Europeo…lo que ya es decir.
Este movimiento es consistente, de hecho, con la revisión de la política monetaria por parte de la FED, publicada en agosto. En términos resumidos, el banco central de los EE.UU. adopta un 2% como inflación media objetivo, lo que teniendo en cuanta los datos actuales infiere que los tipos de interés para Norteamérica no se van a mover (ceterisparibus) hasta por lo menos 2024 ó 2025. Dicho eso, lo más interesante fue la aceptación explícita de que la mejora del entorno laboral no lleva indefectiblemente a una mayor presión inflacionista, vía incremento de salarios. En otras palabras, vivimos una época de extraordinario aplanamiento en la “curva de Phillips”, tal y como nos la enseñaron nuestros mayores en la facultad de economía. Sin duda la enormidad de la liquidez existente, unido al notable incremento de la globalización (con el paréntesis del Covid, obviamente), el progresivo envejecimiento poblacional, la explosión de la tecnología, etc., han cambiado nuestro mundo, en apenas una década. Y ello cambia también nuestra visión de lo que puede ser una “economía normal”, en los años por venir.
Buena parte de este análisis somero lo podemos comprobar en la evolución dicotómica de las cotizaciones sectoriales: sin duda, hay un ganador, que es el sector tecnológico. La presente crisis sanitaria no ha hecho sino incrementar la demanda de estos bienes y servicios. Ello contrasta con las compañías o sectores más “tradicionales”, claramente rezagados, si bien el contexto de emergencia actual no valora probablemente con precisión al conjunto de mercado, y habrá que esperar algo más de “nueva normalidad” para sacar conclusiones completas.
Con todo ello, termina el verano, con el coronavirus aún como clave general de los mercados y principal foco de incertidumbre. Pocas novedades en este tema, salvo la atención a la evolución de casos de contagio, y las noticias sobre nuevas vacunas, algo que tomará mayor interés con el ciclo estacional y la vuelta a la actividad. Asimismo, se mantiene una elevada incertidumbre geopolítica, una vez más de la mano de las relaciones chino-estadounidenses, que incluye tensiones añadidas de carácter militar en el mar del sur de China entre navíos de ambas nacionalidades, y en la frontera del gigante asiático con su no menos grande vecino, la India. Todo ello, en un marco general en el que las elecciones americanas de noviembre comienzan a vislumbrarse como punto esencial del año…o de los próximos años.
De cara al mes que ahora comienza, una vez que los volúmenes de contratación vuelvan a cifras “normales” (en el caso del IBEX han sido los más bajos en quince años), las principales referencias van a venir por los dos temas citados, coronavirus y geopolítica, y también por supuesto con la evolución macroeconómica mundial. En teoría, nos encontramos en el trimestre que debería marcar la recuperación, incluso el fuerte “rebote” en la mayoría de las economías. En el caso español la ministra Nadia Calviño lo ha cifrado en un 10% de crecimiento del PIB. Por supuesto, el año en general será no malo, sino desastroso. Pero lo que ahora importa es cuánto de ese desastre se va a poder recuperar, en cuánto tiempo y, sobre todo, cómo va a interpretar el mercado esta recuperación. Como en muchas ocasiones hemos comentado, no cuenta tanto el dato como la confirmación o superación de la expectativa. Y, desde ese punto de vista, todos los escenarios están abiertos para este realmente complicado 2020.