El próximo 28 de abril, el presidente Donald Trump cumplirá sus primeros cien días en la Casa Blanca. Y las celebraciones, a priori, no serán muy ostentosas. Poco logros hay para festejar. Si apuramos un poco, se podría decir que ninguno. En la agenda nacional, no ha logrado hasta ahora sacar adelante ninguna de sus promesas de campaña. Y en el ámbito internacional, donde prometía actuar con una pasividad total, se ha entrometido de mala manera en asuntos delicados que amenazan con alterar el orden geopolítico global.
Lo peor es que no se sabe para dónde va su política. Su doctrina, al parecer, es no seguir ninguna doctrina, sino escribir tuits a base de corazonadas, de improvisaciones, de pataleos, aunque contradiga a lo tuiteado por él mismo previamente o a lo declarado por los miembros de su gabinete.
Con la reforma de salud, una vez que fue rechazada, primero dijo soliviantado que el “Trumpcare” estaba “muerto” para luego apresurarse a decir que la va a volver a llevar al Congreso. Del plan de recorte de impuestos, del que se gloria que será masivo, no hay una dirección clara y pocos detalles se saben, y mientras el presidente afirma que es algo inminente y que sacará un esbozo esta misma semana, el secretario del Tesoro Steven Mnuchin da largas y sugiere que la cosa será mucho más lenta. Sigue vociferando su retórica proteccionista, que va a defender a los trabajadores estadounidenses, a salvaguardar sus empleos, que antes que todo “América primero”. Pero su nacionalismo económico no se ha plasmado en ninguna medida concreta: a lo más, ordena estudios a las agencias federales que llevarán meses para que luego realicen recomendaciones con el objetivo de que algún día, quizás, se materialicen en acciones de política y en más empleos. Tampoco hay nada concreto en sus planes de desregulación financiera, salvo la petición de más estudios y análisis. En el tema de inmigración, sus órdenes ejecutivas se han topado con el rechazo de los jueces y el afrentoso muro con México chocará, la semana que viene, con la oposición en bloque de los demócratas (y posiblemente de algunos republicanos).En la política internacional,un día dice que no aceptará la política de “una China” y al día siguiente la abraza; o que acusará al país asiático de manipular su divisa para luego desdecirse. Y así con todo.
El caso es que va a concluir sus primeros cien días de gobierno con su credibilidad ya muy mellada, una popularidad baja, el partido republicano dividido, y sin poder presumir nada de nada. En un esfuerzo por maquillar su inoperancia, la semana pasada se hinchó a firmar órdenes ejecutivas y así mandar el mensaje al electorado de que sí está cumpliendo sus promesas.Mucho ruido y pocas nueces.
Una evidencia de que su credibilidad empieza a estar muy deteriorada es que sus tuits, que hasta hace poco eran cañonazos mediáticos con un gran impacto en los mercados financieros, son ahora balas de fogueo. Y lo peor, los estadounidenses cada vez ven más al presidente como un tipo menos decisivo e incapaz de cumplir con sus promesas. En la última encuesta de Gallup, conducida en abril, sólo el 45% de los ciudadanos estadounidenses ven a Trump capaz de cumplir sus promesas, comparado con un 62% en febrero. También lo ven como un líder menos fuerte y decisivo, menos competente para acometer los cambios que el país necesita y menos honesto y creíble. Pésimo diagnóstico cuando apenas va a cumplir 100 días en la presidencia.
En consecuencia, Trump empieza a mandar la imagen de un presidente desesperado. Por eso, la semana pasada, en otro inesperado giro, dijo que esperaba llevar el “Trumpcare” de nuevo al Congreso este próximo miércoles. Él se mostraba optimista de que, con los cambios introducidos, ahora sí ganaría el aval del Congreso. En el Capitolio, los líderes del cuerpo legislativo se mostraban más escépticos.
Pero no sólo es que Trump puede volver a fracasar en su intento por sacar adelante el “Trumpcare”, esa reforma de sector salud que busca revocar el “Obamacare” y reemplazarlo por su proyecto sanitario, sino que además, coincidiendo con esos 100 días en la Casa Blanca, Trump se puede quedar sin lana.
El 28 de abril, el gobierno estadounidense alcanzará su tope de deuda, y Trump tendrá que solicitar al Congreso que se eleve el techo de endeudamiento para seguir financiando la operación del gobierno hasta que termine el año fiscal el 30 de septiembre. En caso de no lograrlo, el gobierno no podrá seguir funcionando normalmente y tendrá que cerrar parcialmente parte de sus agencias.
Para autorizar un incremento en el límite de deuda, los congresistas preguntarán al ejecutivo qué proyectos planea realizar con los nuevos recursos. Y la respuesta de Trump no es un buen punto de partida. Lo que la Casa Blanca aducirá es que precisa más dinero para pagar el muro con México, para contratar a más agentes migratorios con el fin de fortalecer el control sobre las fronteras, y para incrementar el gasto en defensa en 30,000 millones de dólares (mdd). Esos son temas que se le atragantarán a los demócratas por no considerarlos prioritarios u oponerse francamente a ellos, como en el caso del muro. Por otro lado, los demócratas exigen recursos para que las compañías de seguro puedan seguir financiando sus operaciones destinadas a las familias de bajos recursos del programa del “Obamacare”.
La Casa Blanca afirma que está dispuesto a destinar recursos a las aseguradoras si los demócratas acceden a las condiciones del gobierno. Pero no está claro que los demócratas vayan a aceptar un tema tan espinoso y controvertido como el asunto del muro como moneda de cambio. El director de presupuesto de la Casa Blanca, Mick Mulvaney, ha afirmado que el ejecutivo desea que por cada dólar que vaya al “Obamacare” vaya otro dólar a financiar el muro. En mayo se agotarán los 9,000 mdd destinados a las asegurados en subsidios para el “Obamacare”. Por tanto, será otra negociación difícil para un espacio muy corto de tiempo.
El escenario central, en un principio, es que el gobierno no cierre sus puertas. Pero tampoco es probable que se encuentre una solución satisfactoria. Posiblemente se llegue a un acuerdo intermedio, de corto plazo, que evite el cierre de gobierno y amplíe el período de negociaciones. Por otras ocasiones circunstancias similares, se sabe que cerrar el gobierno es demasiado costoso, y arroja una mala imagen del Congreso hacia la ciudadanía. La última vez que el gobierno echó el cerrojo sobre algunas de sus operaciones fue en octubre de 2013, bajo la administración de Obama. Sólo fueron 16 días, pero según la Oficina de Gestión y Presupuesto (OMB por sus siglas en inglés), costó entre 2,000 y 6,000 millones de dólares (mdd) en pérdidas económicas.
Sin embargo, no se debe descartar por completo. La posibilidad de que Trump se quede sin lana y tenga que cerrar parcialmente el gobierno está sobre la mesa. En caso de suceder, sería otro varapalo para Trump en una fecha tan significativa como sus primeros 100 días en la Casa Blanca. Y sería el más amargo recordatorio de que gobernar es más difícil de lo que él se creía y que deterioraría, mucho más aún, las expectativas de que algún día su administración sea capaz de dar luz verde a su plan de recorte de impuestos que ha sostenido, en buena medida, el rally bursátil de los mercados.