Por Samia Nakhoul
BEIRUT (Reuters) - Ridiculizado al principio, el nuevo poder que se apoderó de un tercio de Irak y provocó los primeros ataques aéreos de Estados Unidos desde la retirada de sus tropas en 2011 se ha forjado a sí mismo una poderosa y posiblemente duradera presencia en Oriente Medio.
El bombardeo de los combatientes del grupo Estado Islámico suní difícilmente cambiará la situación en Irak y su fragmentada condición que dio al autoproclamado califato la oportunidad de establecer un centro yihadista en el corazón del mundo árabe.
Para enfrentar al Estado Islámico que avanzó por las aldeas del este de Siria y oeste de Irak, debería crearse una coalición internacional autorizada por Naciones Unidas, dijeron analistas dentro y fuera de la región.
El ejército yihadista, cuya ambición de crear un califato transfronterizo entre los ríos Éufrates y Tigris no fue tomado inicialmente en serio por sus opositores, está hoy exultante y envalentonado por sus victorias militares.
Los guerreros de ese nuevo califato explotan las fracturas sectarias y tribales en la sociedad árabe, sometiendo a las comunidades a través del terror y aprovechando la renuencia de Washington y Occidente a intervenir con más firmeza en la guerra civil en Siria.
A diferencia de la red Al Qaeda de Osama bin Laden, que buscaba destruir Occidente, el Estado Islámico tiene metas territoriales, pretende establecer estructuras sociales y está en contra del acuerdo Sykes-Picot de 1916 entre Gran Bretaña y Francia que dividió al Imperio Otomano y dibujó las fronteras del mundo árabe.
La decisión del presidente Barack Obama de involucrarse otra vez en Irak casi tres años después de la retirada de las tropas, con ataques aéreos limitados contra blancos del Estado Islámico, es consecuencia, en parte, de la inercia sobre Siria.
Un fallido intento por armar a los rebeldes mayoritariamente suníes contra el régimen autoritario del presidente Bashar al-Assad abrió el camino para que el Estado Islámico, que ahora se expandió al fragmentado Irak, izara su bandera negra de pueblo en pueblo, dijeron los analistas.
Hace casi un año, Obama decidió a última hora no bombardear a Assad en medio de acusaciones de ataques con gas nervioso en enclaves rebeldes. Esa decisión, dicen muchos, resultó costosa tanto para Siria como para el vecino Irak.
Dio ímpetu a Assad, le permitió sofocar a los rebeldes más moderados en Siria y fortaleció a los militantes islamistas, que se convirtieron en un imán para desilusionados suníes en Siria e Irak.
CALIFATO EN CRECIMIENTO
Bien financiado y armado, el Estado Islámico fue derrotando al Ejército iraquí, y ahora también las fuerzas peshmerga kurdas en el autónomo norte. Los insurgentes capturaron grandes partes de territorio Iraquí, masacrando a los chiíes y miembros de las minorías cristiana y yazidi que encontraron por el camino.
Su campaña militar fue acompañada en las redes sociales por imágenes de crucifixiones, decapitaciones y otras atrocidades. Para muchos, el negocio del Estado Islámico es matar infieles y lo hace mejor que cualquiera de sus predecesores, incluida Al Qaeda, que denunció al grupo como demasiado brutal.
Intercalado con imágenes de ejecuciones y el señalamiento de minorías locales para su ejecución, el mensaje es que el Estado Islámico no solo pregona, sino también actúa sin piedad contra su catálogo de enemigos.
Usando como base territorio capturado en el norte y este de Siria -casi un 35 por ciento del país-, el Estado Islámico está atacando ahora hacia el noreste al Kurdistán iraquí e incluso hacia el oeste a través de la frontera con El Líbano.
Sus rápidos avances son posibles debido a la desintegración de Siria e Irak, la alienación de comunidades suníes dispuestas a aliarse hasta con el Estado Islámico para resistir a gobiernos que consideran dominados por chiíes y su patrocinador en Irán, y la ira suní contra Estados Unidos y la política de Occidente en Oriente Medio.
"Si tienes decenas de miles de personas dispuestas a luchar bajo su bandera, eso, ya de por sí, dice que el sistema estatal en sí mismo está realmente casi destrozado", dijo Fawaz Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics.
Obama justificó los ataques como una acción humanitaria para proteger a decenas de miles de refugiados de la minoría yazidi, amenazados con un genocidio. También dijo que eran una maniobra defensiva para frenar el avance extremista hacia Arbil, capital del gobierno regional de Kurdistán que podría poner en peligro a diplomáticos y fuerzas especiales estadounidenses.
Pero a medida que Washington comienza a abastecer a las pobremente armadas fuerzas peshmerga que patrullan la frontera de 1.000 kilómetros contra el nuevo califato, los intereses estratégicos se ven con más claridad. Estados Unidos espera revitalizar a los peshmerga, cuyo nombre significa aquellos que enfrentan a la muerte pero que ahora deben huir de la ofensiva del Estado Islámico.
Estados Unidos también ha respaldado a Haidar al-Abadi, el nuevo primer ministro iraquí que reemplazará al ex aliado Nuri al-Maliki, rechazado por los iraníes que antes lo apoyaban y por la mayoría de su partido que lo considera el responsable de las políticas sectarias que ayudaron a volcar a la minoría suní de Irak al campo yihadista.
La lucha política expuso las traicioneras arenas movedizas que ahora enfrenta Obama.
Hisham al-Hashimi, que investiga los grupos armados en Irak y la región, dijo que el Estado Islámico encontró formas de compensar su inicial falta de combatientes, que la mayoría de los analistas calculaba en entre 10.000 y 15.000 antes de su rápido avance desde Siria a Irak.
Podría estar bajo presión por su sorprendente conquista de un vasto territorio, pero aprendió a utilizar el miedo como un arma estratégica. "Cuanto más aterroriza a la población de esas áreas, más tiempo se puede permanecer" en control, dijo Hashimi.
"Ahora el califato existe y está creciendo, en un ambiente donde (la opinión suní) rechaza al Gobierno central, ya sea en Irak o en Siria", agregó.
¿EPIDEMIA SOCIAL?
En Siria, la fallida rebelión lanzada hace tres años contra Assad, de la minoría alauí, una rama heterodoxa del Islam chií, ofreció a los militantes una base en el este y norte del país, además de seguidores entre la castigada mayoría suní.
En Irak, el Gobierno cada vez más sectario de Maliki causó la ira en la minoría suní, arrancada del poder en el 2003 por una invasión encabezada por Estados Unidos que derrocó a Saddam Hussein.
El Estado Islámico tiene buenos recursos, con voluntarios jóvenes, dinero para comprar armas y pagar salarios, además de un arsenal de armas pesadas de Estados Unidos que le arrebató al Ejército iraquí en junio, cuando capturó las ciudades mayormente suníes de Mosul y Tikrit.
Además de dinero de simpatizantes en el Golfo Pérsico y de decenas de millones recaudados mediante el robo, la extorsión y el secuestro, el Estado Islámico tiene petróleo.
"En el este de Siria, el Estado Islámico controla 50 de los 52 yacimientos, mientras que en el norte y noroeste de Irak hay ahora 20 pozos bajo su control", dijo Hashimi.
Muchos expertos advierten no comparar el Estado Islámico con su predecesor, el Estado Islámico de Irak, un grupo afiliado a Al Qaeda dirigido por Abu Mussab al-Zarqawi, uno de los líderes de la insurgencia anti estadounidense y de la lucha sectaria en el período 2005-2008. Tribus suníes terminaron rebelándose en su contra.
"Estos no son bárbaros que vinieron a robar lo que pudieran e irse", dijo Hashimi. "Ahora están luchando para establecer un Estado, mientras que Zarqawi luchó para derrocar al Gobierno central. Hay una gran diferencia".
El nuevo califato declarado por su líder iraquí Abu Bakr al-Baghdadi llena el vacío de estados que están implosionando y, a diferencia de Al Qaeda, está estableciendo una base social real, dijo Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics.
"La red Al Qaeda de Osama bin Laden era un movimiento sin fronteras y transnacional que nunca pudo hallar una base social. La razón para tomar al Estado Islámico en serio es que son como una epidemia social, alimentándose de tensiones sectarias y las fallas sociales e ideológicas en las sociedades árabes", dijo.
"El fenómeno del Estado Islámico es una manifestación del debilitamiento y el desmantelamiento del Estado árabe como lo conocemos", afirmó.
IMÁN DE RECLUTAMIENTO
Para Gerges, la espectacular brutalidad de los militantes -crucifixiones, lapidaciones y ahora, según ministros iraquíes, también enterrar vivos a mujeres y niños de la minoría yazidi, todo publicado en internet- es "una opción estratégica".
El Estado Islámico tiene una extraordinaria capacidad para multiplicar sus números, reclutando y adoctrinando voluntarios con sus enseñanzas radicales del Islam, y, además, entrenarlos militarmente.
Mohsen Sazegara, un fundador de la Guardia Revolucionaria de Irán que es ahora un disidente basado en Estados Unidos, dijo que el surgimiento del Estado Islámico fue una reacción de las facciones suníes a Maliki y sus políticas de aislamiento contra los suníes, defendidas por la Guardia.
Maliki, dijo Sazegara, desaprovechó la herencia de la milicia Sahwa, respaldada por Estados Unidos y formada desde las tribus musulmanas suníes, que era la fuerza detrás de la lucha contra los predecesores del Estado Islámico en Irak después del 2006.
La decisión estadounidense de poner la milicia en manos del Gobierno iraquí dominado por los chiíes en el 2009 fue un error que alienó a los suníes y los acercó al Estado Islámico.
"El general estadounidense (David) Petraeus usó a las tribus en Irak para luchar con los predecesores del Estado Islámico", dijo Sazegara. "Pero Maliki disgustó a las tribus. La política pro chií de línea dura de Irán y Maliki y quienes lo rodean llevaron a este extremismo suní. El Estado Islámico es una manifestación de eso".
El éxito del Estado Islámico creó un dilema para todos los vecinos musulmanes y otros países desde Arabia Saudí a Libia.
Riad, que hasta ahora veía al Irán no árabe y chií como la mayor amenaza, está preocupado de que el avance territorial del Estado Islámico radicalice a los saudíes que podrían volverse en contra de su propio gobierno.
El conservador reino suní estaba tan preocupado por el avance del Estado Islámico en junio y julio que movilizó a decenas de miles de soldados a la frontera con Irak.
Sin embargo, funcionarios saudíes aseguran que el Estado Islámico difícilmente represente una amenaza militar para las poderosas fuerzas armadas saudíes.
En contraste, consideran que Irán y sus aliados chiíes en la región son una amenaza más constante y más peligrosa para la posición de su reino dentro del mundo árabe e islámico.
TEMORES SAUDÍES
Desde la invasión de Irak y el derrocamiento del suní Saddam Hussein, Arabia Saudí y sus aliados del Golfo no han aceptado la llegada al poder de la mayoría chií.
Arabia Saudí tiene una rivalidad estratégica con Irán por el control del Golfo, pero su versión Wahhabi de la ortodoxia suní siempre ha considerado a los chiíes como herejes y esa visión tiene una fuerte resonancia dentro del reino y en todo el Golfo.
Más allá de cualquier rivalidad estratégica, la familia real tiene cuidado en no llevar la contra al orden clerical Wahhabi que respalda a la monarquía.
Las victorias del Estado Islámico contra un ejército iraquí dirigido por un Gobierno chií, y contra las fuerzas kurdas que, en su visión, han invadido al territorio árabe, suscitaron un sentimiento de admiración y solidaridad entre algunos saudíes, según analistas.
"La propaganda del Estado Islámico es que están luchando contra los chiíes", dijo Mohsen al-Awaji, un académico saudí islamista reformista. "Esa es la razón por la que, a veces, algunas personas les tienen compasión. Pero ese sentimiento no es fuerte. Sólo se da entre aquellos que son muy extremistas".
"Tenemos mucho miedo por nuestros jóvenes, que pueden creer en esa propaganda", agregó.
La mayoría de los analistas concuerdan en que los simbólicos ataques aéreos de Estados Unidos no cambiarían el rumbo de las cosas.
Para Washington será muy difícil tener éxito, a menos que el nuevo Gobierno iraquí se haga cargo de una forma radical de los problemas de los suníes, garantizándoles una participación real en el poder y persuadiendo a las tribus suníes de establecer un nuevo Sahwa para combatir al Estado Islámico.
De lo contrario, el Estado Islámico va a expandirse más y crecer a medida que toma más territorio.
Por el momento, son los militantes los que están atrayendo nuevos reclutas. Imágenes de video que muestran largas filas de hombres jóvenes esperando fuera de las oficinas de reclutamiento del Estado Islámico en ciudades de Siria e Irak demuestran su popularidad.
Un sirio que vive en el área que controla el Estado Islámico cerca de Raqqa, base de poder del movimiento en Siria, dijo que el grupo había decapitado personas, exigido un impuesto "jizya" a quienes no pertenecen a la religión musulmana e instalado a combatientes extranjeros en casas confiscadas a las minorías, ex funcionarios del Gobierno y otras personas.
Y a pesar de todo el grupo ha ganado un grado de respeto entre los habitantes locales al, por ejemplo, frenar el índice de crímenes aplicando su propia versión de la ley y el orden.
Para jóvenes desempleados, los salarios ofrecidos por el Estado Islámico son de las pocas fuentes de ingresos.
El movimiento parece interesado en sembrar sus ideales entre la juventud: un video distribuido por el Estado Islámico muestra a un predicador llamado Abdallah al-Belgiki -"El Belga"-, que asegura haber viajado desde Bélgica a el califato en compañía de su hijo pequeño.
Con la bandera negra de los yihadistas de fondo, le pregunta al niño, de unos ocho años, si le gustaría ir a casa.
"No", responde. "Quiero quedarme en el Estado Islámico (...) quiero ser un yihadi para luchar contra los infieles y contra los infieles de Europa".
En un campo de entrenamiento del Estado Islámico para niños, uno de los combatientes le dice a la cámara: "Esta generación de niños es la generación que combatirá a los estadounidenses y a sus aliados, a los apóstatas y a los infieles".
"La verdadera ideología", afirma, "ha sido plantada en estos niños".
(Información adicional de Tom Perry en Beirut, Salman Raheem, Isra Abdulhadi y Michael Georgy en Bagdad, Babak Dehghanpisheh en Beirut, Angus McDowall en Riyadh; Traducido por Patricia Avila y Janisse Huambachano; Editado en español por Esteban Israel)