Por Paulo Prada
RÍO DE JANEIRO (Reuters) - Cerca de un 1 millón de personas salieron el domingo a las calles de varias ciudades de Brasil para protestar por la difícil situación económica, el alza de los precios y la corrupción y para pedir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Las marchas ocurren en medio de los intentos del gigante sudamericano por superar dificultades económicas y políticas.
Es poco probable que en el comienzo de su segundo mandato de cuatro años, la presidenta renuncie o enfrente un proceso de destitución como piden varios de sus opositores, molestos por casi cinco años de estancamiento económico y por los escándalos de corrupción en la petrolera Petrobras, controlada por el Estado.
Para una presidenta reelegida hace apenas cinco meses, las protestas son una señal de un país polarizado y cada vez más descontento con su liderazgo. Rousseff ha sido abucheada recientemente en apariciones públicas y a inicios de este mes hubo cacerolazos durante un discurso televisado.
En una rueda de prensa el domingo en la noche, dos miembros del gabinete de Rousseff reconocieron el derecho a protestar de los manifestantes, pero minimizaron la importancia de las marchas, las que calificaron como una expresión del descontento de quienes fueron derrotados en las urnas.
Además, buscaron desacreditar a quienes piden un juicio político. Miguel Rossetto, uno de los principales asesores de Rousseff, criticó lo que consideró la "intolerancia" de los opositores y comparó sus demandas con intentos de un golpe de Estado.
Las protestas del domingo fueron mayores a lo que se esperaba y en general pacíficas y festivas, sin la violencia que empañó una ola de manifestaciones masivas en 2013, cuando los brasileños protestaron contra los gastos de organizar la Copa Mundial 2014 de fútbol.
Si bien fueron menos vehementes, las marchas igualaron en masividad a las de hace dos años. Sólo en Sao Paulo, más de un millón de personas caminó entre los rascacielos de la Avenida Paulista, según la policía estatal.
"La gente se siente traicionada" dijo Diogo Ortiz, un publicista de 32 años, que consideró que el escándalo de corrupción en Petrobras es "una vergüenza nacional e internacional".
Cerca del mediodía, más de 10.000 manifestantes, la mayoría vestidos de azul, verde y amarillo, los colores de la bandera de Brasil, se congregaron frente a la playa de Copacabana cantando el himno nacional y gritando "¡Dilma, fuera!".
Al igual que en Sao Paulo y en la capital Brasilia, muchos de los manifestantes provenían de las clases más ricas del país, que tradicionalmente se oponen al Partido de los Trabajadores.
Subrayando las divisiones de clase, algunos dijeron que Rousseff y el partido gobernante han instigado la polarización al tratar de enfrentar a sus partidarios tradicionales, los destinatarios de los programas de bienestar social, contra el resto de Brasil.
El Partido de los Trabajadores "incita al pueblo contra el pueblo", dijo Helena Alameda Prado Bastos, de 61 años, en Sao Paulo.
Los opositores han arremetido contra el partido oficialista asegurando que durante mucho tiempo han ignorado las críticas sobre sus fuertes gastos, los préstamos subvencionados, las políticas proteccionistas y la corrupción, lo que ha minado la economía del país, que en la década pasada y antes de que Rousseff se convirtiera en presidenta crecía a más del 4 por ciento anual.
Muchos economistas prevén que Brasil caiga en recesión este año. La inflación está alcanzando sus más altos niveles en diez años, mientras que la moneda brasileña, el real, se ha depreciado en más de un 22 por ciento frente al dólar este año
(Reporte de Maria Carolina Marcello y Leonardo Goy en Brasília, Paulo Prada, Rodrigo Viga Gaier y Caio Saad en Río de Janeiro, Caroline Stauffer en Sao Paulo. Editado en Español por Ricardo Figueroa y Mónica Vargas)