Banco de México (Banxico) se ha visto timorato desde que ganó Donald Trump. Y su timidez la sigue pagando el peso. El banco central decidió no hacer nada para defender al peso el mismo día de la victoria de Trump. Le importó poco que ese día el peso se desplomara un 7.7% a medida que los resultados mostraban que Trump ganaría (ese día llegó a despeñarse un 11.8%). Ese derrumbe era más que el 6.1% que el peso se había depreciado de manera acumulada en todo el año. Pues bueno, no pareció que ese comportamiento del peso mereciera una reacción inmediata: ni subió las tasas de interés de forma urgente, fuera de calendario, pese al brutal shock, ni utilizó los más de 175,000 millones de dólares que tiene en reservas. Simplemente no hizo nada, se quedó tranquilamente de brazos cruzados diciendo que México estaba preparado para la victoria de Trump y que la reacción del mercado era ¡ordenada!, como si una calma chicha reinara en los mercados financieros en México. Quizás tampoco se percató que ese día la tasa de 10 años se disparó en 44 pbs pasando de 6.15% a 6.59%.
Tampoco hizo nada en los días subsiguientes, la semana pasada, pese a que prosiguió el descalabro y el viernes el peso cerraba en sus niveles más débiles de la historia, los 20.85 pesos por dólar. Se esperaría hasta hoy, una vez que los mercados mexicanos se asentaran del shock de Trump.
Los mercados ya se han asentado y Banxico estaba atrás, muy atrás de la curva. El trabajo que debió hacer Banxico lo tuvieron que hacer solito los mercados. Banxico no se anticipó al mercado, se quedó retrasado. Ahora sólo tenía que acomodarse, al menos dar lo que quería el mercado, y si era un poco más valiente, dar un poco más para provocar un shock positivo en el peso.
El día era idóneo: Yellen ya dio a entender que subirá en diciembre en su testimonio en el Congreso, algo que los mercados ya han descontado. Las bolsas abrieron en calma, al igual que el peso mexicano y el mercado de bonos.
El consenso de analistas estimaba un aumento de 50 pbs para llevar la tasa a 5.25%. Sí, pero el mercado le estaba pidiendo, con el ajuste al alza que ha registrado la curva de rendimientos, al menos 75 pbs. Eso era en verdad lo mínimo: si quería sorprender al mercado y provocar una apreciación de la divisa, tendría que aumentar 100 o 125 pbs.
Pero Banxico no dio siquiera los 75 pbs que pedía el mercado, lo mínimo para alinearse. Volvió a quedarse por detrás de la curva. Los 50 pbs era poco, insuficiente. Y lo pagó, quién no, el peso mexicano. Fue conocerse el anuncio y la divisa, que había cotizado con pocos cambios a lo largo de la jornada, se hizo pedazos. En un santiamén se depreció a un nivel intradía de 20.4629 pesos por dólar. Una caída del 1.2%. En el momento de escribir esta nota cotiza en 20.3967 pesos por dólar, una depreciación del 0.9%, lo suficiente para ser un día más la peor moneda del mundo entre las grandes divisas del planeta, como si Carstens se empeñara en coronarla en ese triste lugar.
También la curva de rendimientos de México sufrió la decepción de Banxico, y las tasas se elevan a la larga de la curva. La tasa de los Cetes a 3 meses se elevan 2 pbs a 5.93% y la de 10 años 3 pbs, de 7.04% a 7.07%. En la bolsa, las moderadas ganancias se han borrado y cotiza la bolsa en territorio negativo pese al avance de Wall Street.
Posiblemente Banxico consideró preferible dosificar los esfuerzos restrictivos: posiblemente, el 15 de diciembre, tras el alza de tasas de la Fed, tenga que volver a subir las tasas. Ser gradual es bueno cuando las condiciones del mercado son normales y no quieren general disrupciones innecesarias en las variables financieras, sino movimientos plenamente predecibles y ya incorporados en las valuaciones.
Sin embargo, en situaciones de tensión como la que vive el peso mexicano y sus variables financieras, el juego con el mercado, muchas veces, es romper las expectativas, ir más lejos, sorprenderlos. Desde que ganó Trump, la sorpresa absoluta es que Banxico no haya hecho nada. Y en el día que por fin podía moverse, reaccionar, dar un golpe en la mesa, dejar constancia de que existe, apenas dejó asomar la cabeza. Cuando no es Trump… es Carstens.