El análisis de la economía política de los hidrocarburos debe indefectiblemente tomar en cuenta la interacción de distintos factores. En primer lugar, las características propias del sector que lo diferencian de otras industrias y hacen del mismo un sector con matices particulares. Estas características propias, a su vez tienen implicancias sobre la gobernabilidad, las instituciones y las políticas vinculadas al sector.
La primera de estas características se refiere a la generación de rentas muy significativas; y las mismas se definen como la ganancia en exceso del costo de oportunidad de los factores de producción reproducibles (capital y trabajo). Las rentas altas pueden ser el resultado de costos de extracción naturalmente bajos, de reservorios de muy alta calidad o de restricciones monopolísticas en el acceso a las reservas o en la producción. En este marco, es posible establecer un equilibrio entre la captura de las rentas por los Estados y la obtención de beneficios por parte del productor. A estos fines, los Estados pueden utilizar herramientas relacionadas con su control soberano sobre los impuestos y las regulaciones así como los derechos de propiedad que posee sobre el subsuelo. En tanto el productor pueda cubrir sus costos y obtenga un rendimiento que compense acabadamente el riesgo inherente a la actividad, la captura de rentas por parte del Estado no debería obstaculizar el desarrollo potencial del sector, ni la inversión en el mismo.
En una misma línea, la propia naturaleza de la actividad genera la inmovilización de activos tiempo antes de que sea posible recuperar la inversión. Una vez que estos activos se afectan a la actividad, su valor residual en usos alternativos es muy bajo, de lo cual no puede más que concluirse que el sector de hidrocarburos tiene altos costos hundidos. Por otro lado, la mayor parte de las reservas más importantes de la actualidad, se encuentran en países institucionalmente débiles con altos riesgos políticos. Así, resulta difícil atraer inversión extranjera, en tanto la seguridad jurídica y la permanencia en el tiempo de compromisos asumidos tienden a ser poco estables.
Asimismo, otra cuestión de capital importancia es la volatilidad de los precios internacionales del petróleo, de lo cual hemos sido testigos en los últimos meses, ya que esto afecta directamente las rentas del sector. Usualmente los sistemas impositivos de los países son imperfectos y no logran capturar la renta correspondiente en distintos escenarios de precios, lo cual redunda en que la volatilidad de los precios sea particularmente problemática. Tanto así que en países netamente exportadores esta problemática puede causar gran inestabilidad macroeconómica y fiscal, e impactar fuertemente en la balanza de pagos.
El segundo de los factores al que nos referimos al comienzo es la dotación de recursos en cada país; es decir, el potencial geológico, las reservas y si su balanza energética es superavitaria o deficitaria. En el caso de los exportadores netos, se establecen mayores condiciones y restricciones para el ingreso de la inversión extranjera, la cual se abre casi exclusivamente en áreas marginales o de alto riesgo, presentándose lo que se ha dado en llamar nacionalismo petrolero. Por su parte, en el caso de los importadores netos, los incentivos se encuentran orientados a la consecución de la inversión y al incremento de la producción. La obtención de rentas en las actividades de explotación y producción no es una prioridad, sino más bien el abastecimiento del mercado doméstico.
El tercero de los factores lo constituye el marco institucional y contractual, incluyendo el marco regulatorio del sector y el sistema impositivo. Al respecto, muchas veces es la rigidez de los marcos regulatorios y falta de capacidad de adaptación a diversas y cambiantes coyunturas lo que hace más complejo poder acompañar el desarrollo del sector a nivel internacional desde el ámbito local.
Por último, tienen importante influencia los factores económicos entre los que se pueden contar la etapa del ciclo de inversión en que se encuentra un país y el riesgo, el cambio y/o avance tecnológico, la dependencia petrolera por parte del fisco y el ciclo de precios, entre otros.
Ahora bien, es en este marco en el que en los últimos seis meses el precio del crudo se desplomó casi en un 50%, provocando el declive más prolongado en los últimos 20 años. Han sido señaladas varias causas que explican esta abrupta disminución de precio, aunque los principales contribuyentes fueron el shale en Estados Unidos y la reanudación de las exportaciones libias, que aumentaron la oferta, a la vez que las economías de China y Europa redujeron la demanda.
Así las cosas, el interrogante que queda por dilucidar se refiere entonces a cuánto tiempo más los precios del crudo permanecerán en estos niveles. El auge del esquisto en Estados Unidos no da señales de disminuir y existen dudas sobre la fortaleza de la economía global. Estas dos cuestiones, son buenos motivos para creer que los bajos precios del crudo continuarán por algún tiempo.
Las condiciones actuales son aquellas en las cuales la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) solía intervenir reduciendo la producción para apuntalar los precios. Sin embargo, en esta oportunidad la OPEP no ha actuado. En una decisión histórica, la organización manifestó el año pasado que no sólo no intervendría para reducir su actual producción de 30 millones de barriles diarios, sino que tampoco lo haría aun si el precio cayera a 20 dólares por barril. Es importante aclarar que varios miembros de la OPEP necesitan un barril cercano a los 100 dólares para poder mantener el equilibrio fiscal de sus economías.
Finalmente, y a pesar de este no muy auspicioso clima en el que actualmente se desarrolla el sector, los mercados de futuros indican que el precio podría recuperarse y alcanzar los 70 dólares para el 2019. Sin embargo, estas son todas proyecciones, algunas más auspiciosas, otras menos. No hay una receta específica, ni una respuesta concreta más que seguir observando el devenir del sector.