Por Nicholas Vinocur y Chine Labbé
SEINE-ST-DENIS, Francia (Reuters) - Cuando Guillaume, un francés de 22 años, dejó la cárcel dos meses atrás prometiendo morir como un mártir por el Islam, la trabajadora social Sonia Imloul tuvo unos pocos minutos para convencerlo de que estaba en el camino equivocado.
En una entrevista poco después de su liberación, ella apeló al sentido musulmán del deber hacia su madre adoptiva Vivienne y lo convenció de asistir a controles habituales de educadores y sicólogos, una manera de abordar sutilmente la desradicalización.
Ahora Guillaume está de nuevo en casa tomando Coca Cola -un tabú para muchos islamistas radicales- y pasando el tiempo con su novia.
"Ella salvó a mi hijo", dijo Vivienne, de 73 años, sobre Imloul, cuyos años de experiencia con la delincuencia juvenil en el duro suburbio norteño parisino la colocaron a la vanguardia de los esfuerzos del país para "desradicalizar" a potenciales yihadistas.
La respuesta francesa fue lenta ante la propagación de la ideología yihadista porque el estricto laicismo del Estado prohíbe cualquier incursión en los asuntos religiosos individuales. Esto creó un escenario que atrapó a conversos como Guillaume, quien se radicalizó mientras estaba en prisión por atacar a un policía.
Otros países de la Unión Europea comenzaron sus propias iniciativas con diferentes niveles de éxito pero el irregular enfoque en Francia y en otros lados ponen de manifiesto la necesidad de una respuesta rápida y coordinada, en particular para contrarrestar la propaganda virtual.
Temiendo ataques en suelo galo, Francia está ahora aumentando sus esfuerzos, con una línea directa para padres preocupados y leyes más duras para evitar que los menores dejen el país.
El programa piloto de Imloul, establecido dos meses atrás en un apartamento seguro a 40 minutos en tren desde París, es uno de los frentes de la batalla.
Su equipo de psicólogos y educadores, un modelo en parte inspirado por un plan canadiense, de inmediato tuvo trabajo. Solo el caso de Guillaume requirió atención inmediata y horas de trabajo posterior.
A los participantes que dejan la cárcel no se les dice que se encuentran en un programa de desradicalización y en cambio se les ofrece ayuda psicológica y para hallar trabajo como parte de su acuerdo de libertad condicional.
"Es una batalla contra la ideología, pero también contra el tiempo", dijo Imloul.
"Si esperamos, o dejamos pasar mucho tiempo entre reuniones, los reclutadores ganan. Y si no hacemos nada, existe una buena posibilidad de que uno de estos jóvenes hagan algo aquí, en Francia", agregó.
Unos 1.000 franceses han sido vinculados a la lucha en Siria o Irak, más que cualquier otro país occidental, y 100 de ellos volvieron a Francia. Semanas atrás Maxime Hauchard, un francés converso de 22 años, apareció en un video de la decapitación de un trabajador humanitario estadounidense.
TIEMPO Y DINERO
El programa de Imloul, que cubre la región de París, es un piloto de iniciativas que se aplicarán a nivel nacional con un presupuesto de 800.000 a 1 millón de euros para este año, dijo Pierre N'Gahane, el funcionario a cargo de desradicalización.
Pero si bien estos programas apuntan a potenciales yihadistas, funcionarios de seguridad dicen estar cada vez más preocupados por posibles ataques perpetrados por combatientes que regresan de Siria. Aún no se ha determinado un enfoque para desradicalizarlos.
"Estas personas deberían someterse a una desradicalización", dijo N'Gahane. "Pero la cuestión (de cómo), está aún sobre la mesa. No es un secreto", agregó.
Otros países europeos se han movido más rápido. Gran Bretaña estableció programas de desradicalización dirigidos por líderes musulmanes a comienzos de la década del 2000, aunque los resultados no han sido los esperados y el primer ministro David Cameron prometió un enfoque más duro.
Alemania, que aplicó un enfoque estado por estado, se ganó los elogios por su programa Exit, originalmente diseñado para ayudar a que los neonazis se reintegraran a la sociedad.
El programa Aarhus de Dinamarca también fue aplaudido por su éxito en reintegrar a radicales islamistas a la sociedad a través de una mezcla de ayuda psicológica, asesoramiento y tutoría.
N'Gahane dijo que el estricto modelo secular de Francia era un factor importante en la tardía respuesta gala.
"Cuando una familia llegaba a nosotros (...) no sabíamos qué responder, decíamos eso es un problema religioso, es en el ámbito privado", comentó. "Necesitábamos pensar un criterio que nos permitiera discernir entre prácticas religiosas y radicalismo. Eso tomó un tiempo", agregó.
Imloul dijo que podía ser difícil detectar las señales de radicalismo.
"Ninguno de los jóvenes, en su trayecto a la yihad, usan barba y khamis (vestimenta tradicional)", comentó. "La única manera de saberlo es hablando con ellos, captando las claves que te dicen quién pertenece a qué corriente", agregó.
"Para eso necesitamos tiempo. Y dinero", concluyó Imloul.
(Reporte adicional de Mike Holden en Londres, Alexandra; Hudson en Berlín, Annabella Pultz en Copenhague, Editado en español por Patricia Avila)